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Berlin. diciembre 2001

sábado, 4 de diciembre de 2010

THE PHANTOM MENACE

"Es muy probable que tras aterrizar en la Tierra los visitantes de otro planeta lleguen a la conclusión de que la actual religión de la humanidad consiste en una suerte de culto a la catástrofe, que los integrantes de la especie celebran una o varias veces al día en sus hogares, ante altares domésticos, de forma rectangular y parpadeantes de imágenes"

Peter Sloterdijk


Hace aproximadamente un cuarto de hora que un helicóptero sobrevuela los tejados de Prenzlauerberg. Estoy empezando a inquietarme. Al principio, pensé que el ruido provenía del televisor de C, mi compañero de piso. Esa especie de budista postmoderno, debe estar enclaustrado en su dormitorio con provisión de cannabis para el fin de semana, en pleno retiro espiritual.
            La primera vez que puse un pie en su cuarto, recuerdo que temblé. Los muebles: una cama de hierro oxidado, en la que parecía que hubiese dormido el mismísimo Nosferatu (la encontrarás en la tienda Neue Sachlichkeit: “Nuevo Objetivismo”, por 500 euros –de una plaza y media–, también las hay corroídas, roídas, carcomidas, etc., según los gustos del consumidor); una lámpara de la RDA, con el pie en color bronce y sin pantalla (procede de la casa de muebles usados Nada nuevo en el Oeste y cuesta 50 €; las pantallas, se venden aparte, desde 15 €); un carrito de hospital, pintado de blanco, que sirve como mesita para el televisor, como bandeja, botellero, caja de herramientas, archivador, fichero, sitio para los zapatos, y otros multiabusos (lo tienen en Krankenbauhaus[1], sale 100 €, y mide: 76 x 45 x 68 cm); una estantería de acero cromado (92 x 30 x 157 cm; en Nullstil: “Cero estilo”, podés comprarla por 200 € ); y, por último, una silla de tranvía, de pino y con patas de hierro (en Bahn Bann Wahn[2] tiene un precio de 70 €).
  Realmente impresionado, me pregunté si estaba aún en mi propia casa. ¿Quién era mi compañero de piso? ¿Un maníaco depresivo?, ¿un fanático religioso?, ¿un suicida? La que había sido durante años mi confortable sala de lectura y biblioteca, convertida en la celda de un hospicio. ¿O un nuevo estilo de ruptura? ¿Una mezcla de diseño post-industrial, decoración RDA y estética de hospital? En Berlín, “ciudad del diseño”, todo esto es posible. De todos modos, más que un dormitorio, aquello me parecía la escenografía mortuoria de una obra de Sarah Kane: Psicosis 4:48.
C acababa de instalarse aquel mismo día en el departamento. Yo no había estado durante su mudanza, y lo crucé al llegar, en la escalera, cuando bajaba a comprar tabaco. Preocupado por el nivel cultural de nuestra Wohnungsgemeinschaft (comunidad), abrí la puerta de su cuarto con la intención de echarle un vistazo a su biblioteca. Y ahí me quedé, petrificado. Solté al fin el picaporte, y tuve que hacer a un lado mis prejuicios estéticos, para poder entrar en la habitación.
            Los libros estaban en el estante superior, junto a un relicario lleno de lubricantes y botellas de poppers vacías, forros, cock-rings, pearcings, encendedores, restos de marihuana y entradas de cine porno. El primer título que me llamó la atención fue Invisible Man de Ralph Ellison, atestado de recortes de diarios, plumas, flores marchitas a modo de señalador, y sin la contratapa. El segundo: la guía gay Spartacus 2001. Recuerdo también: Black Skin, White Masks (de Fanon), Neger, Neger, Schornsteinfeger (“Negro, negro, deshollinador”, de Massaquoi), Human Aggression (de Storr), The people of the abyss (de Jack London), Die schwarze Spinne (“La araña negra”, Gotthelf), y un manual ilustrado para aprender a tejer, Woolcraft, The basic Guide to Knitting & Crochet, from first steps to finishing touches; aquí algunas figuras de punto para el lector especializado:



Completando el florilegio: The Genius and the Goddess (de Huxley), The kiss of the spider woman (de Puig),  Meine Zeit ist die Nacht (“Mi tiempo es la noche”, de una tal Ljudmila Petruschewskaja), y el inefable cuarto de Giovanni (de Baldwin). Un recuerdo sentimental de su estadía en Roma, como lo dejaba entrever la dedicatoria en la primera página, firmada por un tocayo de Giovanni. En el estante central, estaba el equipo de audio Sony, y la colección de CDs de su ídolo y alter ego femenino: Shirley Bassey; debajo, entre un falo de ónice y un ramo de siemprevivas, había un portarretratos: la foto de casamiento de sus padres. 
þPanic Room



Nos vimos por última vez el viernes por la noche. C se tambaleaba por el pasillo, mientras yo salía de la cocina, descalzo y en slip, con mi décimo vaso de J&B en una mano temblorosa y, en la otra, un habano. Vestía jeans Banana Republic, botas tejanas de víbora, y un tapado de nutria en el que, a la altura del pecho, resaltaba un broche antibelicista:“Peace”.
Intercambiamos un par de frases sin sentido, hasta que dio un portazo y se encerró en su cuarto. Hoy, sábado, aún no bajó de su Nirvana, y no se digna siquiera a cambiar el canal, en su televisor blanco y negro, NATIONAL, regalo de su pareja, que acaba de abrir en Mitte una tienda de muebles de la RDA. Cada vez que paso por su habitación, escucho la musiquita de la BBC y estoy a punto de golpear la puerta, para comprobar si, entre tanto, no se habrá desmolecularizado o vuelto una mancha negra en la pared, como los protagonistas de Pulse. Allí, víctimas de una extraña enfermedad –una suerte de mal metafísico que se transmite vía Internet–,  esos personajes se suicidan, o se transforman en espectros melancólicos que, de un día para otro, se atomizan en el aire o se desvanecen en algún rincón oscuro, dejando como único testimonio de su existencia, una silueta vagamente humana pintada en la pared.
           El 11-S –ese otro mal metafísico– no parece haber afectado a C en lo más mínimo. Para él, el mundo no cambió en nada después del atentado. Las sobredosis diarias de BBC son, a este respecto, sin duda más perjudiciales para su psiquis, que los porros, el alcohol, el poppers y las orgías en Ficken 3000[3]. Si el helicóptero colisionara ahora contra la Fersehturm y se cortase la televisión, creo que C sufriría un verdadero “paro informático”. Las lesiones en su cerebro, habituado a la absorción ininterrumpida de datos, podrían resultar irreparables.
þInvisible Man


Abierta la ventana de la cocina, ni huellas del helicóptero. El Himmel über Berlin ya no es lo que era. Si, a finales de los 80, los ángeles aún se atrevían a visitar la ciudad, y hasta posaban melancólicos, en actitud meditabunda, sobre las alas de la Diosa de la Victoria, hoy el demonio del terrorismo y los jinetes apocalípticos de Washington, cabalgan en pos de “Justicia Infinita” el cielo de la globalización.
En Nueva York, los skylines ya no ofrecen vidas panorámicas a los nuevos ricos. La amenaza fantasma del Towering Inferno ha reemplazado, por ahora, las fantasías de elevamiento, el Ascensor al cadalso con idílica música funcional...
Cierro la ventana y pongo Elevation de U2. El ruido del helicóptero es tan ensordecedor, como si fuese a aterrizar sobre mi propio techo.
þ Elevation

                

Suena el teléfono. Es G. Quiere aplazar la cita que teníamos hoy a las 9 en el Schwarzen Raaben. Tiene miedo de viajar en metro desde hace unos meses, cuando en algunas filiales del Correo alemán y en la mueblería Höffner, en Wedding, se encontraron unas cartas que advertían, con un lenguaje figurado, sobre un contenido fácil de adivinar:                                                
    LETAL
La incógnita de los sobres se reveló como un inocuo “polvo blanco”. ¿Polvo para hornear?, ¿talco?, ¿aspirinas pulverizadas?, ¿harina?, ¿flan de vainilla?
–Ayer, en la Línea “1”,  encontraron otra… 
–¿Y qué había dentro, decíme?, ¿pasta dentífrica?
–(Silencio.)
–Que tal, si te tomás un taxi…Eso sí, antes de subir, por favor fijáte bien que el chofer no sea árabe…No vaya a ser que el tipo resulte un fundamentalista, y lleve en la guantera una bolsa del supermercado Aldi repleta de ántrax o una bomba casera debajo del asiento…
 (Sin comentario.)
–Falta poco para las Fiestas, y ya me gasté la mitad del sueldo en taxis…Además, hoy tuve un día infernal en el trabajo. Estoy destruida, en serio.
–G, si seguís así, vas a terminar presentando las noticias de la “DW-TV, desde el corazón de Europa”, con máscara de gas y chaleco antibalas…
           –(Silencio.)
           –No entiendo, de verdad, cómo te puede afectar ese asunto del correo infectado. Las amenazas son irrisorias: Öffnen Sie diesen Brief und Ihr Leben wird sich ändern:“Si abre esta carta, su vida cambiará.” ¡Por Dios! Si hasta dan ganas de reír, suena a chiste de secundaria…¿No te das cuenta? Todo es una tomadura de pelo, una broma de aficionados. Aparte, pensá un poco…¿A qué fundamentalista árabe se le va a ocurrir hacer un atentado bacteriológico en la mueblería de un barrio, habitado en su mayoría por turcos y musulmanes?
           –(Silencio.)
           –G, no sé si te acordás, pero sólo en la primera semana, después del 11-S, hubo en Berlín “cincuenta falsas alarmas de bomba”…Y respecto a esas cartas…, que yo sepa, hasta hoy no se detectó en los sobres ninguna sustancia tóxica…
 G se agota. Estalla. 
 –Mirá…la única sustancia tóxica acá…el único que envenena desde el principio la conversación…sos vos. Primero lo de pasta dentífrica, después la máscara de gas y el chaleco antibalas... Si hasta me acusaste de racista. ¿Y a qué viene semejante sarcasmo, se puede saber? Todo porque, según vos, soy una paranoica. Lindo modo que tenés de calmar los ánimos. Además, quién mierda te pidió tu opinión. Sí, estoy un poco perseguida, bueno, ¿y qué?  Será que aún me queda un poco de sentido común. Porque, a vos de eso…nada. Todo lo que es “común y da sentido”, parece que te intoxica, que te envenena los nervios. Salí de tu ático de marfil, y enteráte de lo que está pasando en la calle. Hablá con la gente “normal”, la mayoría está asustada, como yo. Y para tu información, no soy la única de la redacción que va en taxi al trabajo. Seremos unos histéricos, unos alarmistas, porque, según vos, todo es cuento. Una broma de  aficionados… El 11-S fue también una broma de aficionados, ¿no? Y el “gran chasco”, fijáte qué gracioso, fue planeado por un par de infelices, PRECISAMENTE DESDE ALEMANIA. Ja, ja, ja…Qué chistoso. Para reventar de la risa…Y lo que está pasando en EEUU con el ántrax… ¿Otra broma? Qué divertido. (Carcajadas.) ¿Te das cuenta? No, si eso es lo que pasa…No te das cuenta de nada, ni te enterás. Porque si estás tan bien informado, que hasta recordás el número exacto de las “falsas alarmas de bomba”, en la semana que siguió al atentado (¿habrán sido también chicos de secundaria…?), deberías saber que el número de fundamentalistas en Berlín, es uno de los más altos de Europa Vamos G, por favor, no es para que te pongas así. Sobre todo, si tenés una nena que va a primer grado…Te quisiera ver a vos. Quisiera oír qué dirías, si te llamasen del colegio para comunicarte que en el banco de tu hijita encontraron una de esas cartas…¿Te sonaría a chiste de primaria? Hoy, hallaron algunas más, en escuelas. Y, por si no te lo conté, el día que en la mueblería apareció la carta ésa con el acertijo, yo estaba allí con mi hija…
Le digo que basta, que se calme. Ni una palabra más. Si le cuento lo del helicóptero, puede que no salga de casa en todo el fin de semana. Aplazamos la cita para otro día.
þ La carta robada

                         

 Otra vez el helicóptero. Quizá G tenga razón al acusarme de “inconsciente”. Al fin y al cabo, el fenómeno del terror, como el inconsciente freudiano, no conoce negación ni prohibición alguna, leo del cuaderno. No es del orden de la representación, como quisiéramos. Ni siquiera está claro hasta qué punto nos la tenemos que ver aquí con un “acontecimiento”. ¿Qué sucedió realmente ese día que cambió al mundo?, o mejor dicho, ¿qué es lo que no sucedió? La bomba informativa que estalló en los medios, minutos después de que el primer avión se estrellase contra la torre, al igual que los bombardeos en Afganistán, no “apuntan” a esclarecer ningún hecho. Al contrario, el efecto buscado (el “blanco”) es la eliminación del acontecimiento: la realidad como deshecho, global.
Todo fue un pastiche publicitario. Un cómic, una telenovela terrorista que no informó a nadie en absoluto, y no tuvo nada que ver con lo ocurrido. ¿A tres meses del atentado, qué sabemos? Basta con escuchar la perorata afásica de Bush sobre el “eje del mal”, o sus infantiles declaraciones respecto a Bin Laden (“the guy who tried to kill my daddy”), para darle definitivamente la razón a Lacan: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”. En el caso del Bush, sería la estupidez la que está estructurada como un lenguaje. Los efectos colaterales de su discurso político, sin embargo, son análogos a los de psicoanálisis en su fase de expansión: la peste. “Le llevamos la peste”, le dijo Freud a Jung, mientras se dirigían a los Estados Unidos, para pronunciar allí una serie de conferencias sobre psicoanálisis, y la peste consistía precisamente en ese “golpe bajo” contra la cultura alfabética, que supone “no ser ya dueño del lenguaje…”, leo del cuaderno.
De todos modos, en nuestro Medien-Zeit, la formula mágica del Maestro queda patas arriba: cuando el medio es el mensaje, el lenguaje está estructurado como un inconsciente…Así, cuanto más discursos anti-terror se transmiten al aire, más primarias se vuelven las multitudes y, en primer lugar, los actores políticos…
           Esta irresponsabilidad, apocalíptica, presupone un “inconsciente informatizado” que tampoco conoce negación ni prohibición alguna. Su economía sadomasoquista, no tolera resistencias de ninguna clase, o solamente las tolera –como el psicoanálisis– a título de acreedor,   convirtiéndonos a todos en deudores de su corrupta empresa, en  “pacientes” de su pulsión de muerte teórica. El único remedio es infectarse, para cuando nos curemos de espanto, la Peste ya habrá eliminado en su “eje del mal”, las últimas resistencias planetarias en contra de la democracia obligatoria (Zwangdemokratie) de los Estados Unidos…
Obediencia debida (o retardada), Occidente vivirá su libertad de consumo en Estado de excepción. El espanto mantendrá a sus Estados unidos, será la única causa común con la Comunidad Europea: luchar contra la barbarie, en nombre de la humanidad y el progreso tecnológico, como sus antepasados colonialistas. En Ciudad Pánico, el terror cumplirá la ley de libre circulación de personas, y el delirio persecutorio será nuestro medio de locomoción oficial.
Tomemos por caso la Fernsehturm, el punto más alto de Berlín. ¿Después de la caída del WTC, no es un acto irracional vivir aquí? Si a algún fundamentalista se le antojase secuestrar un avión de Easy Jet y estrellarlo ahora mismo, me digo mientras contemplo el edificio desde la ventana, seguro que la aguja de la torre saldría disparada como un misil por los aires, para ir a incrustarse en mi tejado.
       Ruido de timbre.
 þ Estúpidos hombres blancos
                              


Es el vecino del primer piso. Toda una personalidad: renombrado ensayista,  teórico de la sociedad rosa, catedrático en la Freie Universität Berlin  y director del Museo Gay. Viene a decirme si podría hacerle el favor de alimentar a sus gatos siameses, y regarle las plantas durante la semana próxima. Tiene una conferencia, precisamente en San Francisco, sobre "El fin de la homosexualidad". No quiere dejarle las llaves a su ex pareja, (adicto al éxtasis y erotómano), porque la última vez que lo hizo, encontró el departamento como si Pasolini hubiese rodado allí Los 100 días de Sodoma. Un verdadero queer-study, querido. Da una pitada nerviosa a su cigarro. Eso era campo de batalla, para un  revolucionario estudio de género…s tarde, desplegaría su artillería teórica en un incendiario ensayo: Der Homopark, zur einer Kritik der sadomasochistischen Vernunft: “El homoparque, para una crítica de la razón sadomasoquista”. El texto, que sus detractores tildaron de fascista y homófobo, fue incluido en su otro libro sobre la cultura gay: La filosofía en el cuarto oscuro, publicado en español en la editorial Salir del Armario.
Había viajado a Munich, para pasar las fiestas en familia. Mi ex, como buen berlinés, aborrece todo lo bávaro, y se negó a acompañarme. Cuando regresé a casa, me lo encontré en estado catatónico, víctima de una sobredosis de éxtasis líquido. Casi vomité, al abrir la puerta. El departamento olía a poppers, alcohol, mierda y orina; el pasillo estaba alfombrado de basura y ropa sucia. Slips, medias, paquetes de cigarrillos, botellas y latas de cerveza vacías. En el living, lo encontré temblando,  desnudo, echando espuma por la boca. Lo habían atado con una correa de perro a mi biblioteca, y en la frente tenía dibujada una esvástica con caca. De rodillas, con el cuerpo lleno de moretones, los ojos en blanco y los brazos abiertos en cruz, como un beato penitente, sostenía en su mano derecha: Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy, Las lágrimas de Eros, Schweine sollen nackt sein (“Los cerdos deben estar en cueros), y en la otra: la Historia de la sexualidad, s allá del principio del placer y Männerphantasien (Fantasías masculinas) de Klaus Theweleit. Eros y Civilización estaba tirado en el suelo, abierto de par en par, junto a un vibrador en funcionamiento. El equipo de audio se había esfumado de la estantería. En el DVD, que de milagro había sobrevivido, corría a todo volumen un porno de Cazzo-film: Skins. El sofá de Stilwerk (Instituto para el buen gusto) lucía lamparones de semen y de alcohol, por donde se lo viera. La alfombra persa del living, herencia de mi difunta abuela bávara, resultó estar encantada. Había salido volando junto con el cachondo harén de forajidos hacia la feria de pulgas de Treptow. Allí apareció, al menos, semanas más tarde. La tenía un Aladino, tan atractivo como sospechoso de haber estado en la orgía. Quería que le pagara 500 euros. Imagináte, me puse como loco. Le grité que esa alfombra era de mi abuela, que me la habían robado, y amenacé con denunciarlo a la policía. Pero no hubo forma.  Lo único que conseguí fue que bajase el precio cincuenta euros. Regateamos, hasta que terminó dejándomela por 300. Mi pobre abuela se habrá revolcado en su tumba. Ahora, en lugar de su alfombra, se extendía un nauseabundo croché de colillas, lubricantes, corchos y cajas de preservativos. Una verdadera muestra de arte escatológico, que hubiera podido servir de decorado en una película de Peter Greenaway. La figura en el tapiz también había desaparecido, junto con los cuentos completos de Henry James. En mi estudio, por suerte, no había entrado nadie, porque siempre cierro la puerta con llave. El dormitorio y la habitación de huéspedes, en cambio, parecían el cuarto oscuro de New Action, después de un fin de semana de coitus interruptus…El baño se había convertido en una inmunda tetera. Alguien había abierto a martillazos un “glory hole” en la puerta, y los azulejos estaban embadurnados de graffities y dibujos obscenos. Una máscara erótica flotaba en el jacuzzi, lleno de “golden shower”. De la ducha colgaba un guante de látex, en condiciones indescriptibles. Las plantas del invernadero se habían marchitado y, para colmo de morbosidades, algún chistoso se había divertido colgando forros usados, a modo de decoración navideña, sobre las ramas de mi Weihnachtsbaum. Porque la orgía había sido durante la Noche Buena. Los vecinos, seguramente, se habían ido a festejar las Navidades en la casa de sus parientes, y el edificio había quedado desierto. Esa era la sencilla razón por la que nadie había llamado a la policía.
Aclaro que yo estaba en Buenos Aires, por las dudas…Sonríe, le da una nueva pitada a su cigarro y sigue.
Los pobrecitos siameses, como te imaginarás, estaban bajo shock. El gato Barthes, que siempre fue bastante famélico, parecía haber adquirido el Síndrome de Inmunodeficiencia. Apenas comía, lanzaba alaridos en cuanto alguien se le acercaba, cagaba en cualquier parte y se meaba en la cama, como un bebé. Un caso claro de “regresión felina”, fue el diagnóstico del psicólogo de animales. Pasaron meses, hasta que se recuperó. La catártica Kristeva, en cambio, superó de un rasguño los síntomas del estrés postraumático. Su terapia gatúbela, aunque breve, fue para mí un verdadero suplicio. En cuanto la perdía de vista, se afilaba las uñas en mi otomana de lectura, y en los días siguientes, destrozó a arañazos cuanto mantel, cortina, colcha y tapizado le saliera al paso.
 ¿Y tu ex?
Se salvó de milagro. Le hicieron un lavaje de estómago y a la semana, me lo encontré en el sótano de “Scheune”. Estaba acostado sobre el slim, abierto de piernas y con los ojos vendados. Lo reconocí en seguida, por una mancha que tiene en los huevos. Un tipo vestido de cuero, con una gorra de policía y un águila tatuada en el cuello, le había enterrado ya la mitad del antebrazo. Él se hacía la paja y, con la mano libre, sostenía en su nariz una botella de Jungle Juice...Esa misma noche, rompí con él.
þ  La filosofía en el cuarto oscuro





  
 El tipo no sólo es una personalidad, es todo un personaje. Si no fuese por su look “leader”, se lo podría confundir con Karl Lagerfeld. Pese a su edad, sigue vistiéndose como un adolescente: campera de jean Diesel, pantalones de cuero, polera plateada y lentes con cristales ahumados de Armani. Todo en él es extemporáneo, intempestivo, incongruente. El cigarro, lejos de acentuar  su masculinidad, le da un aire más afectado. El símbolo fálico, en esas manos, se revierte: “la envidia del pene”. No hay cigarro que soporte algo así. Una diva de los años 20 fumando en boquilla.
Después de la historia de su ex, vuelve al tema de las llaves.
Pensaba dejárselas al chico de la limpieza. Un venezolano de veintitrés años, estudiante de “Lateinamerikanistik“ que, para sobrevivir, limpia casas desnudo por 50 euros la hora (por el doble de la suma, también te limpia la pija, el culo y las pelotas, y por un adicional a tratar, incluso quita manchas, chupa medias y hasta lustra botas). Pero no te lo recomiendo, porque resultó ser un cleptómano de cuidado, y acabo de despedirlo. Robó perfumes, ropa interior de marca, y desvalijó parte importante de mi homoteca: La sociedad rosa de Guasch, el único ejemplar de mi tesis doctoral El hombre homodimensional y mis ensayos: El ano polar, SIDA y metonimia (venéreas apocalípticas e integradas), No olvidar a Foucault, Capitalismo y rectalidadHomocultura y simulacro, y El grado cero del homotexto. Hasta tuvo el descaro de llevarse un ejemplar, autografiado por Genet, del Diario de un ladrón.
Le pregunto si quiere pasar, el pasillo está helado. Pero mira el reloj y  contesta que se tiene que ir, que va a llegar  tarde al aeropuerto.
­¿Y no tenés miedo de volar, precisamente a Estados Unidos, con todo éste asunto de los ataques terroristas…?
Pone los ojos en blanco y asegura:
Siempre tomo somníferos cuando viajo en avión…Así que duermo como un tronco. Mi vecino de butaca podría ser un hombre-bomba o un travestí fundamentalista con tetas explosivas, y yo no me enteraría de nada. Apenas me siento, me trago mi pastilla y quedo frito.
Me entrega las llaves. Le prometo regar las plantas, no hacer orgías y ocuparme de Barthes y  Kristeva.  Sonríe. Nos despedimos con un apretón de manos: la suya está húmeda; las mías, heladas.




þ El hombre homodimensional



El helicóptero. Esta vez viene del cementerio, me parece. Corro a la ventana,  pero no veo nada ahí arriba. “Nada más que un cielo asfaltado de nubes grises y negras, y estrellas de brea humante”, leo de una avioneta de papel. Es como si ya hubiese vivido este momento. El ruido de las hélices evoca en mí un sentimiento extraño, oscuro. Me recuerda borrosamente algo, pero, no sé qué. Ninguna imagen. Sólo un malestar difuso, una vaga inquietud que, provenga o no de mi pasado, retorna con el aparato y desaparece con él. Quizá una pesadilla,  no sé.  De un cosa, sin embargo, estoy seguro: sea lo que sea, esta “presencia ruidosa” no predice nada bueno. Debería destruir el cuaderno, quemarlo. Ya es bastante raro que a la aparición fantasmagórica de estos escritos, y de las avionetas, se sucediera la de este pájaro mecánico del mal agüero que, desde ahora, planea sobre mi altillo. Me estoy poniendo supersticioso. Para distraerme, y ahuyentar malos pensamientos, grabaré el sonido con mi Sony.  El archivo de audio  se podrá escuchar  en mi diario.

Bis dann.



[1] Juego de palabras:  Bauhaus/ Krankenhaus (hospital) .
[2] Juego de palabras: Bahn (vía) / Bann: (tentación)/ Wahn (locura).
[3] Coger 3000, un bar gay.

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