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Berlin. diciembre 2001

lunes, 13 de diciembre de 2010

DARK FORCE RISING (Dark Files)

  
 "Porque la escena de este mundo
está cambiando."
1 Corintios 7:31

El 11-S o el día que cambió el mundo, unas horas antes del atentado, estaba en mi estudio, ocupado en una página Web para la empresa de celulares alemana Sages: "Sag es schärfer mit Sages" (“Encendé tu imaginación con Sages ”), que tenía que entregar, sí o sí, por la tarde. Había trabajado sin parar desde la mañana. El diseño estaba listo, sólo faltaba darle un último vistazo, y en ese momento se apagó la computadora. (Ruido de helicóptero). Lo primero que vi, fue mi propio reflejo: una sombra abultada, apenas humana, surgiendo como un fantasma –el del autor expulsado repentinamente de su obra– en el polvoriento monitor. Me quedé como ciego, con la vista clavada en las letras y símbolos del teclado, mi mente estaba en blanco, como si me hubiesen formateado el cerebro, y el contenido entero de mi memoria, y de mi vida consciente, hubiera sido transferido al disco rígido de la Titanium: Una pesadilla de ciencia-ficción.
Atiné a agarrarme la cabeza, era casi un milagro que siguiese ahí arriba. En efecto, pensaba aún, hablaba; como el decapitado replicante de Alien, me increpaba babeante y burlona: ¿Estás seguro de que fue la compu? Es fácil echarle siempre la culpa a las máquinas… Pensá un poco. ¿Qué te parece más probable, que tu flamante G4, adquirida hace apenas una semana, tenga un falla de fabricación o que…? Intenté encender la note-book, sin éxito. Resetearla, cero resultado. Miré con desesperación la manzana mordida y escuché como dijo: ¡Think different, think different! Si no fue la computadora, ¿qué mierda pudo haber sido entonces? ¡La electricidad! Claro….¡Qué idiota! ¿Cómo no se me ocurrió antes? Prendí la lámpara del escritorio, el conmutador no respondía. La línea telefónica: muerta. Salí para ver si había luz en el pasillo: nada. El apagón había afectado a todo el edificio. Verifiqué el estado de la batería: descargada. Es decir que no había corriente, por lo menos desde hacía una hora, y yo ni me había enterado.
En la era de la electricidad, los apagones son como un fin del mundo en miniatura, leo ahora del cuaderno. Estar desconectado, es la forma postmoderna de estar muerto. ¿Si el atentado a las Twins Towers no hubiese sido transmitido por la tele, no habría cambiado nada en el mundo? ¿Nada habría sucedido?
(Ruido de helicóptero).
þ ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?


A fin de erradicar de mi vida, la puta costumbre de anotar los números telefónicos en papeles que, a los pocos días, o bien se vuelven  inidentificables porque olvido escribir el nombre de la persona, o bien, van a parar al tacho de basura; con vistas a prevenir el destrozo de los Palm y Organizer (el último terminó aplastado por las Nike, número 45, de mi compañero de piso); para acabar de una vez con la demencia senil de las agendas, que empiezan a perder páginas, extravían información valiosa, o desaparecen durante semanas y meses, en cualquier rincón de la casa; me decidí a prescindir de los servicios de la industria papelera, y a guardar en la computadora mis direcciones y números de teléfonos. Ahí estaba también, el del casero, que ahora necesitaba con urgencia y, por supuesto, no me sabía de memoria. Era inútil buscar, porque había tirado a la basura cuanto block de notas, libreta y papel escrito había encontrado en mi camino. Una prueba irrefutable de que, en la era de la informática, la memoria humana, al igual que la verdad y el saber, es más una cuestión de inteligencia artificial y procesamiento de datos que de reminiscencia, como lo era para nuestros ancestros griegos (leo del cuaderno). Mi cerebro biológico recordaba que el apellido del casero era Müller, pero sólo el cerebro electrónico sabía su verdadero nombre. Si llamaba al servicio de información, iban a pensar que era un retardado mental o que les estaba tomando el pelo. ¿Alles Müller oder wat?[1], habría contestado la típica operadora prusiana, con su amabilidad característica. Un estilo de cortesía dentado, y sin pelos en la lengua, famoso en Alemania como Die Berliner Schnauze: “la bocaza berlinesa”. Además, buscar a un Müller sin saber con exactitud su nombre, era como pretender hallar a un terrorista en la red, interceptando todos los mails en los que se mencionen las palabras: BIN LADEN. Peor aún que encontrar la proverbial aguja en el pajar.
En mi móvil, únicamente guardo los números de amigos o de clientes y, para colmo, el crédito de la tarjeta había vencido el día anterior. Tampoco tengo guías telefónicas en casa, sólo el CD de la Telekom. (Ruido de helicóptero.) Antes te enviaban las guías a domicilio, desde que las digitalizaron, aquí en Berlín, hay que ir a buscarlas personalmente a una filial del correo. En un par de años, se las expondrá  en el Museo de Comunicaciones.
Mi día de trabajo estaba arruinado.
(Ruido de helicóptero.)
þ El mal del archivo


A esa hora, conociendo las rutina laboral de mis vecinos, sabía que no encontraría a nadie en casa. Mi compañero de piso seguiría durmiendo su resaca. Por un momento, pensé en llamar a su puerta, para pedirle prestado el celular, pero, en seguida, descarté la idea. Su último Nokia lo había perdido en el cuarto oscuro de Connection, mientras se bajaba los pantalones o durante un arrebato de poppers; y el anterior se lo habían robado en la zona de Cruising de Tiergarden, en circunstancias análogas. Además, con la excusa de que yo soy el inquilino y él el subinquilino, no se hace cargo de nada en lo que respecta a cuestiones de administración.
Salí de casa de mal humor, presintiendo nuevos desastres. Una vez en la calle, sin saber adónde ir, empecé a caminar como un autómata hacia ese  “desastre de desastres” que es la Alexanderplatz. La temida reacción en cadena no se haría esperar. Mientras me acercaba al edificio de HUMANA, intentando recordar el nombre maldito (¿Peter?, ¿Klaus?, ¿Fridrich?, ¿Karl?, ¿Sigmund?,¿Hans?), vi cómo el depósito de ropa, que está a la derecha de la puerta principal, comenzaba a lanzar nubes de humo negro y estalló en llamas. (Ruido de helicóptero.) Al llegar a la tienda, me sumé al grupo de mirones que atraídos por el espectáculo, se había reunido delante del siniestro. Me cubrí la boca con la solapa de mi campera Respect Man, para no asfixiarme, y contemplé cómo el depósito –y con él los regios ingresos de HUMANA, más que la nunca recibida ropa para los pobres– eran devorados por el fuego, hasta convertirse en una especie de black box dadaista. La magia del siniestro (o mejor dicho de lo siniestro), había hecho de ese clínico depósito, repleto de trapos malolientes y prendas de difuntos, una auténtica obra de arte. La caja, despojada de la cáscara del valor de uso, expulsada del sistema de los objetos, aparecía ahora bajo una nueva luz. Conocida por todos como depósito de ropa, de pronto se hallaba en el centro de atención de las miradas. Su desastre la había convertido en sehenswürdig: en un objeto digno de ser contemplado. Sin embargo, la caja no era bella; era “peor que bella”, era la destrucción misma del concepto de belleza y, a su vez, la belleza de lo peor que podía ocurrirle a ese depósito insignificante que, siendo destruido, se transformaba en un objeto de contemplación. No es de extrañar que las masas, fascinadas por el espectáculo de la catástrofe, adopten la actitud  del experto o del crítico ante las obras del arte moderno, igualmente catastrófico y embelesado por su propia desaparición. Tal vez, sea precisamente eso, lo que las fascina: la ironía del objeto destruido, la belleza maldita de las cosas vacías…, leo del cuaderno.
La apocalíptica sirena de la deutsche Feuerwehr me devolvió a la realidad. Mientras me iba de allí, escuché cómo una vieja comentaba indignada que, al entrar en la tienda,  había visto a un joven con capucha y la cara llena de pearcings, merodeando cerca del depósito. Seguramente, algún pirómano o un enemigo acérrimo del humanitarismo, había arrojado adentro un fósforo o un cigarrillo encendidos.
Me fui antes de que apareciera la policía.
þ El factor humano



Entré en una futurista tienda de D2 y compré la tarjeta. La vendedora, más que limitarse a atender al público, parecía haber hecho carne propia el lema de la empresa: Mach dein Handy scharf!: ¡”Encendé” tu celular! Como si en vez de ofrecer a la venta un producto, se entregase ella misma al cliente a modo de mercancía erótica, con una expresión de emotional design y una sonrisa “móvil”, que yo intentaba fijar desesperado, mientras ella me daba el vuelto, y leía en sus labios pintados de rosa, la frase súper cool del bloque publicitario de la firma: ¿How are you?
Salí a la calle, asqueado. Habilité el crédito de la tarjeta y marqué escéptico el número de la Información. Decidí que el nombre del administrador tenía que ser Klaus Peter (le pifié por poco, resultó que el tipo se llama Klaus Maria). En el display, apareció el icono activo de llamada, pero en vez de la voz de la operadora, sólo escuché un ruido inidentificable y, acto seguido, se cortó la comunicación. (Ruido de helicóptero.) Volví a intentarlo varias veces, sin éxito. El símbolo de la batería indicaba que las reservas se estaban agotando. Me quede ahí, en medio de la vereda, sin saber qué hacer. La mirada perdida en los transeúntes, cuyo paso obstruía y a quienes no veía realmente; paralizado por una mezcla de odio global y melancolía local, a la vez. Entre aquellas personas que, por el modo resuelto con que caminaban, parecían tener metas precisas, o al menos saber adónde iban, me sentí monstruosamente inútil, caduco, nulo. La máscara humana del individuo se había rasgado de golpe, y de entre la desgarradura asomaba ahora la caja negra, carbonizada, repleta de basura y abortados inputs mentales. Hubiese tenido en ese momento a mano una pistola, en vez de mi celular, y creo que me habría volado los sesos allí mismo. Si HUMANA había perdido parte de sus retribuciones, aquel día aciago que cambiaría el mundo, yo  había perdido casi todo: mi humanidad.
þ El hombre que se gastó


Inmóvil ante la tienda, era un cuerpo extraño para la gente siempre apresurada, que, al toparse conmigo y ver que no respondía a su presencia, se apartaba  de mi lado. Un chico, disfrazado de Harry Potter, pasó de la mano de su madre y me señaló acusador con su varita mágica. La vendedora sonreía, aterrada, detrás de la vidriera. Pero yo seguía ahí, inmune a la mirada de los otros, fuera de mi yo y de la masa. Incapaz de controlar el súbito resurgir de la fuerza oscura, mi mutación caricaturesca en X-man: medio humano, mitad bestia y el resto replicante que agoniza. Si, en ese instante, me hubiesen salido garras metálicas de entre los nudillos o escamas azules por todo el cuerpo, no me habría sorprendido. La piel de la cultura se caía a pedazos. El Nokia en mi puño, era una oreja radioactiva, viscosa, como diseñada por Cronenberg, para una versión berlinesa de Existence. Un pájaro negro voló apenas a medio metro de mi cabeza, devolviéndome a la realidad. Lo seguí con la mirada como un autómata, hasta que la parpadeante silueta se desdibujó tras la pantalla gigante de publicidad que corona el edificio. Por primera vez, pese haber pasado en cientos de ocasiones por esta esquina, vi las célebres frases de Alfred Döblin, escritas en enormes letras de imprenta, que cubren la fachada.
 Widersehen auf dem Alex. Hundekälte. Nächtes Jahr 1929, wird´s noch kälter: “Reencuentro en la Alex. Frío de perros. El próximo año, 1929, será más frío aún”.
 Resignado a mi condición de mutante, guardé el celular en mi campera y me fui de allí. Entré al pasaje subterráneo y bajé la escalera.
(Ruido de helicóptero.)
þ X-Man

Me esperaba un banda de punks. La líder del grupo, una adolescente con el pelo rapado y teñido de verde, se me tiró encima. Tenía la cara acribillada de pearcings, los labios pintados de negro, la mirada gélida y vacía, como la de la cobra tatuada en su cuello. Llevaba los borceguíes desabrochados, calzas de lycra roja, pollera escocesa –tan sucia que ni los cuadros se veían–, y una campera de cuero, de la Segunda Guerra Mundial. Toda su ropa parecía recién sacada del depósito carbonizado de HUMANA. Sonreía indiferente, extendiéndome una mano lechosa, infantil: pequeñas garras de muñeca punk, de novia de Chucky. Sus dedos, manchados de nicotina, llenos de anillos, con motivos de calaveras y otros símbolos satánicos. Los chicos –que hasta ese momento estaban sentados en el piso, tomando cerveza y fumando hachís– comenzaron a rodearme. Saltaban a mi alrededor, me sacaban la lengua, reían a las carcajadas, lanzaban alaridos, hacías muecas obscenas, y había uno que se agarraba la cabeza, abriendo la boca y los ojos como si imitase El grito de  Munch. Más que pedir limosna, parecían ejecutar una perfomance. Terminaron resultándome graciosos. Le di un euro a la chica. Sonrió satisfecha y, sin darme las gracias, abandonó el pasaje seguida por su banda.
þ Muchacha Punk


Caminé hasta el final del túnel, subí las escaleras y salí a la plaza, mecánicamente, en dirección a Saturn. Entré a la tienda. (Ruido de helicóptero.) Busqué el subsuelo, donde está la sección de electrónica. Vi las últimas note-books, pero ninguna me pareció digna de competir con mi Titanium. Me detuve ante el exhibidor de celulares y eché una ojeada a los últimos modelos de Nokia. Estaba a punto de preguntar el precio de uno, cuando empezaron a sonar varios móviles a la vez, entre ellos, “milagrosamente”, el mío.
–Si…
–Soy CD...(Voz agitada).
–¿Qué pasa?
–¡Qué! ¿No te has enterado...?
–¿De qué?
–Pero, ¡tío!, ¿en qué planeta vives? Tú si que estás en la luna…
–No en la luna, no, en Saturn...
–¿No has escuchado las noticias? ¡Los árabes acaban de atacar Nueva York!
–No bromees…
    A mi alrededor rostros perplejos, con el celular en la mano.
–Dos aviones se han estrellado contra las Torres Gemelas, han atacado el Pentágono…y en el Ministerio de Defensa en Washington…Espera un momento…
  –¡Dios, esto es el Apocalipsis! Oye, mira, tengo que colgar, que esta redacción es un infierno, y me acaban de decir que…
(Se corta.)
þLa llamada
 

El icono de la batería parpadeaba, vacío. Escéptico, y convencido de que CD había exagerado en su relato, guardé el teléfono y me dirigí hacia la sección de televisores. Delante de mí, iba un matrimonio de alemanes del Este, que acababan de comprar un celular para su hijo. Al parecer, no se habían enterado de nada. Escuché como la mujer le decía a su esposo que, pensándolo bien, no estaba segura de si había sido una buena idea comprarle al Klaus el aparato. Ya estaba bastante enviciado con Internet y, desde que tenían banda ancha, se pasaba el día encerrado en su cuarto. Aunque –la mujer dudaba–, vaya una a saber, quizá el móvil lo movilizaba un poco y por fin se conseguía alguna novia…
El papá asentía, preocupado: “Lo peor iban a ser las cuentas de teléfono…” La mamá, en cambio, no satisfecha con la idea de movilizar la libido de Klaus, especulaba ahora con controlar todos sus movimientos. Una llamada bastaría para ubicar a su Klauschen, que cuando no estaba on-line, desaparecía de casa… “Dios mío, en qué andaría metido ese chico…”
 Klaus es gay, pensé.
Un adolescente aprovechó la confusión general que –pese a la ignorancia planetaria de los atribulados padres de Klaus, empezaba a reinar en Saturn–, y metió un Nokia en el bolsillo de su campera. Cuando llegamos, la gente ya se había amontonado ante los estantes de televisores, y todos –los padres de Klaus incluidos–, vimos incrédulos las imágenes del avión incrustándose en la Torre, en un videowall. La madre se quedó tan aturdida que se le cayó al piso el nuevo celular de Klaus. Una vieja se cubrió la cara con las manos y lanzó una ronca expresión de sorpresa. Detrás, alguien dijo en voz alta: ¡esto sólo pasa en las películas! ¡Cool¡, dejó escapar una  chica y su madre le pegó una cachetada. Un turco, delante de mí, se dio vuelta sonriendo y me preguntó la hora. Los padres de Klaus lo miraron indignados. La vieja estaba petrificada, mientras su nieto, abrazado a un videojuego de Star Wars, la miraba con ojos asustados.
 Pese a la aparente realidad de las imágenes, nadie daba crédito a lo que veía. Das haben wir schon gesehen!: ¡ésta ya la vimos!, le decía un chico a otro. Si hubiera estado en su casa, seguramente habría cambiado de canal.
(Ruido de helicóptero.)
þ Ataque en Saturno


El impacto psíquico del Towering Inferno es, sin embargo, como lo previeron los terroristas: el Apocalipsis. Dos aviones se incrustan en las Torres gemelas. El coloso en llamas, herido de muerte, se desploma poco después sobre Manhattan, sepultando a miles de seres humanos. Un guión para el cine catástrofe, un triller de ciencia-ficción, que la posthumanidad podrá seguir por televisión o Internet, desde cualquier rincón del globo. Mientras el fin del mundo está teniendo lugar en New York, el Juicio final se transmite en vivo y en directo para el resto de la especie. Ante el desafío total del terror, la Aldea global y sus canales mágicos se imponen como horizonte absoluto de la supervivencia. Para sobrevivir, para resucitar en el Reino tecnológico de los justos, todos debemos morir por segunda vez en los medios. ¿Los últimos en conectarse, serán los primeros?
  þ El eje del bien


La tele, que siempre ha pretendido ser más real que lo real, es ahora el Principio de realidad que nos queda. La civilización occidental pierde la cabeza y el suelo bajo sus pies, y amenaza con desaparecer. Por un momento, las miradas se apartan con espanto de la pantalla, buscando en sus semejantes una confirmación que no encuentran. Es inútil. Toda semejanza humana se ha desvanecido. El terrorismo del “Otro” se ha vuelto mediático y global, y está en todas partes. Ahí donde antes se erigía la mismidad ubicua del Imperio.
(Ruido de helicóptero).

Antes que el horror, la primera reacción es la de completa irrealidad. La sensación de lo ya visto, de haber presenciado este suceso, que no somos capaces de identificar, y ante el que el horizonte del acaecer mundano se desvanece, y con él toda certeza. Un pánico turbio nos invade y paraliza. Paradoja del Déjà vu: esto ya lo vi, ya lo viví; vimos caer las Torres, pero precisamente por eso, no puede ser verdad… No puede ser cierto, no damos crédito a lo que vemos. ¡Es increíble! ¡Imposible!
La magia icónica, terrorífica, de estos primeros instantes de impacto psicológico, es también la de la irrupción diabólica del Otro en el espejo: la de una torre que ve estallar tras los cristales a su gemela, la de una autosimilutud aparente que se desmorona y hace saltar nuestro lugar en el mundo. En esa inicial fracción de segundo, divisible hasta el vértigo, la flecha del tiempo revierte su curso, nos arrebata la dimensión identitaria del presente. De pronto, no somos nosotros los que miramos a las torres, sino ellas las que nos miran. Los aviones no sólo impactan contra el WTC, parecen clavarse en nuestras propias cabezas. Luego la alucinación cede, y el cerebro cambia al modo de lo real. Sí, lo que estoy viendo, por más inverosímil e imposible que parezca, es “cierto”. “Está ocurriendo”. Ése avión acaba de estrellarse contra el World Trade Center, no se trata de una película. Sin embargo, por más “cierto” que pretenda ser el hecho en sí, por más creíbles que juzguemos esos simulacros tecnológicos, también sabemos que eso no es “real”, que es sólo un montaje. Tal vez es el terror producido por el atentado y escenificado por los medios, el que automáticamente nos reenvía al abismo de nuestro presente, provocándonos el horror de la realidad, como si ésta –en última instancia–, no fuese más que un efecto especial, virtual,  global.
(Ruido de helicóptero)
þ Deja vu

Cada vez se reunía más gente ante los televisores. Algunos lloraban, otros miraban fascinados las torres en llamas, con ojos ausentes, con ojos-de-fin-del-mundo, quizá se preguntaran: ¿por qué?,  ¿por qué nos odian?, ¿por qué  quieren destruirnos?, ¿qué les hicimos nosotros? Ojos esculpidos por el pánico, por el odio o por la indiferencia, o tal vez por el júbilo contenido o ni siquiera consciente, o por la culpa, por el deseo de presenciar algo así, de asistir a la desaparición de nuestra civilización, en vivo y en directo: ¡al fin un acontecimiento mayor!, ¡al fin algo que valga la pena ver en la tele!
Muchos se iban, después de un rato, con cara de el-mundo-nunca-volverá-a-ser-el-mismo, y enseguida llegaban sus iguales, empalidecían como ellos, lanzaban alguna expresión de sorpresa y volvían a irse. Otros se quedaban ahí, ante las pantallas, con el semblante descompuesto, aferrados a sus mercancías recién compradas: celulares último modelo, electrodomésticos, software, equipos digitales, CDs y computadoras que, de pronto, habían perdido todo su sentido y materialidad, como si se hubiesen desvanecido en el aire a la par que los rascacielos.
 Aparté la mirada de los televisores y, antes de irme de allí, eché un último vistazo a mis semejantes: rostros congelados, miradas vacías, despojadas de toda humanidad. El emblema en llamas de las Torres  multiplicado en sus pupilas: un sello apocalíptico. Un  símbolo letal del Otro y su otredad, del mundo invertido del consumo, del infierno que acecha más allá del reino del confort y de la civilización. ¿Era está la catástrofe que Occidente  había esperado, para cambiar?
Dejé Saturn y salí a la Alex con la sensación de haber aterrizado en otro planeta. Sin embargo, nada había cambiado ahí afuera. La gente seguía su rumbo, como siempre. La Fernsehturm, el Kaufhaus permanecían en su sitio. La Alexaderplatz no había sido bombardeada otra vez. Todo había cambiado y todo seguía como antes. Nada sería ya lo mismo y, al fin, todo daba igual…
þ EL día que cambió  al mundo


Continuará...


[1] Todo Müller o qué? Publicidad de productos lácteos Müller. 

lunes, 6 de diciembre de 2010

THE PHANTOM AFFAIR



SZ en el teléfono. Está desesperada. Su pareja hace tres días que no da señales de vida y, como es de origen árabe, teme que lo hayan arrestado o algo peor.
        –Sus amigos de Kreuzberg no saben nada de él. Tiene el celular desconectado. Hoy fui a su departamento, pero no encontré ningún indicio de que pasara allí la noche. La verdad, desde hace un tiempo, que lo vengo notando muy raro... Llega tarde, está distraído, ausente. Le hablás y apenas te responde. Hasta en la cama le cuesta concentrarse… Siempre fue un poco tosco, ¿sabés? Pero, últimamente, su comportamiento es tan misterioso que, entre otras calamidades, llegué a pensar si no tendrá una amante… La semana pasada, le revisé la mochila mientras dormía, y encontré un carta en su agenda. En el sobre, estaba escrito con marcador rojo:  “Si me abrís, tu vida…” No sé, no me acuerdo bien. Adentro había algo blando, pastoso… Como te imaginarás, no tuve el coraje de abrirla. ¿Qué querés que piense? ¡Ponéte en mi lugar! ¿Y si estuviese metido en el asunto ése del correo infectado? ¡Lo que me falta ahora, es estar saliendo con un FUNDAMENTALISTA! ¡Mierda! Te juro que me siento como la amiga de Carmen Maura, la que se entera por la tele de que su amante es un terrorista chiita… (Se escuchan gritos de fondo). ¡Ya metí todas sus cosas en una bolsa de basura, y las voy a tirar al Spree! ¡Te lo juro! ¡Dios, cómo pude ser tan  ingenua! Lo peor, lo que más vergüenza me da, es que sé todo sobre sus gustos eróticos, pero ni idea de su ideología política…¡Justamente yo que soy cero-promiscua! ¿Y si me llega a interrogar la policía, qué mierda voy a decir?, ¿que nos lo pasamos cogiendo  noche y día, y nunca hablamos sobre temas cómo política o religión? Supongo que a la policía alemana le dará igual, pero, no a mí…¡Estoy a punto de licenciarme en ciencias políticas!
(Ruido de helicóptero.)
–Además, ya sabés que todos los teléfonos en Berlín están pinchados… Basta que digas la frase “Estoy en el negocio”[1] para que se pongan a sonar alarmas por todas partes. Por las dudas te estoy llamando ahora desde un locutorio…
–Que me estás llamando desde una cabina…¿Escuché bien?
–Sí, ya te dije que estoy al borde del ataque de nervios. Poco me  falta para saltar del balcón y perder el zapato…Ah, y a propósito, dejá de mandarme mails con asuntos en clave cifrada, ¡por favor! La nueva reforma idiomática ha proscrito el uso del  verbo “ser”, conjugado en la primera persona del presente, el sustantivo “negocio” y el infinitivo “cargar”[2]. En Alemania, la desaparición del sujeto es un hecho lingüístico. En el futuro, hablaremos de nosotros mismos en segunda o en tercera persona. Te lo digo en serio, no estoy para “cargadas”. ¿Y yo qué sé, al fin y al cabo, que había adentro de ese sobre? Sólo me falta tener al cuello a la policía alemana… Aparte, desde que se descubrió que el ataque al WTC fue planeado desde Hamburgo, este país es un nido de espías. Parecen los tiempos de la Guerra Fría. Dirás que estoy paranoica, pero la última vez que me encontré con H, en un café de Kreuzberg, había un tipo raro, sentado cerca de nosotros. Me sonaba de alguna parte…Luego recordé que, el día anterior, lo había visto parado en la esquina de casa…
 Intenté calmar las aguas del culebrón terrorista.
 –Estás completamente paranoica. No entiendo cómo se te ocurre que H pueda estar metido en algo así…
En este punto, se echó a llorar y me confesó entre sollozos que, la última vez que vio a H, descubrió unos pelos rubios y largos en la solapa de su campera, pero que no se atrevió a preguntar nada, por miedo a que la dejase.
 —Bueno, los pelos rubios podrían aclarar no sólo su desaparición repentina, sino hasta lo de la carta…— digo—.
 Pero, se corta la comunicación y SZ ya no escucha.
              þ Mujeres al borde del ataque de nervios



Estoy harto de escanear el cuaderno, tengo hambre. Pido una pizza por teléfono. Enciendo un cigarrillo y me pongo a ver tele en la compu. Me entero de que Bush Junior se atragantó con una “bretzel”, mientras miraba un partido de fútbol (entre los Miami-Dolphins y los Baltimore-Ravens), y perdió el conocimiento. Pero se recobró enseguida, parece ser, para desgracia de la salud política del planeta. Los tele-buitres, con la excusa del desmayo, se lanzaron voraces sobre la “bretzel” que, en cuestión de segundos, empezó a pasar de boca en boca, dio vuelta al mundo y se globalizó, como en su tiempo el donuts. ¿Qué habrá pensado Osama, al enterarse de la noticia? Hasta el momento, el enemigo público número uno de la humanidad, no se ha hecho cargo de este atentado gastronómico contra el presidente norteamericano. “Los sueños más temerarios de Bin Laden son un juego de niños”, comenta el periodista, sardónico, “comparados con lo que consiguió en Washington una “bretzel” inofensiva”.
  Propaganda de pasta dentífrica.
 þ El efecto bretzel    


El chico de la pizza toca el timbre. Cuando vuelvo a sentarme, están poniendo una publicidad de seguros de vida: Allianz. Si, según la teoría del caos, el aleteo de una mariposa en Pekín puede producir, un mes después, un huracán en Texas, una bretzel capaz de desmayar al presidente de los Estados Unidos, ¿qué efectos devastadores tendrá sobre Afganistán?
Porque lo mismo que pasa con las catástrofes, ocurre al fin y al cabo con el terrorismo, leo del cuaderno negro. Su sin sentido radical reside en que, en ambos casos, se trata de una subversión violenta de la lógica identitaria del Imperio. En la sociedad del espectáculo, donde la política es TV-basura, la guerra un videojuego, y la vida o sucede en la pantalla, o no sucede, ¿el terrorismo “ejecutará” entonces el Opus Nigrum de las comunicaciones de masas, su “Más allá del principio del placer”? Lo informe –el caos, la anarquía, el terror, etc.– estaba antes que la información...El aleteo de esta mariposa fúnebre, en un futuro (perfecto) será imparable. Más allá de sus info-huracanes, ya no existirá ningún horizonte de sentido. Su dinámica catastrófica, opera en colaboración con una Fröhliche Wissenschaftspolizei (Policía de la gaya ciencia), que cuanto más sonríe a su pueblo inteligente, mejor vigila y castiga a sus “rehenes teóricos”. Cuando el futuro de la risa haya informatizado su inconsciente (cuando la expresión: la información lo es todo y uno no es ninguno” se incorpore definitivamente a la poshumanidad), para entonces, quizá viviremos felizmente uniformados, bajo una dictadura hilarante en la que todo, al fin, será informe: “Proceso” de datos. Los más graciosos trabajaran como informantes para la policía científica. Los microsiervos (informáticos, analistas de sistemas, programadores, publicitas, diseñadores etc.) nos enseñarán como “pensar diferente”; su interfaz será la más amigable. Los nuevos dioses del mercado reirán a las carcajadas, con una risa olímpica: totalmente verdadera. Los políticos,  radiantes, sonreirán a su pueblo cristalizado desde un videowall. La mayoría de los usuarios, alegremente, no se enterara de nada: Servicios “de Inteligencia”. Los informes, deformes, amorfos, perversos polimorfos,  trasformistas y los bastardos de la contra-información, abortarán su “diferencia” espontáneamente, en la papelera; reciclados en cabezas borradoras, su memoria compilará un expediente secreto X, como Topografía digital del Terror…(Aquí el manuscrito se interrumpe, y el resto de la página está llena de dibujos: calaveras, mutantes, enmascarados, mísiles; y una mariposa negra, disecada.)
þ Efecto mariposa


Efecto 11-S: el impacto de los aviones contra las Twin Towers, desató  huracanes de Justicia infinita, cuyo “eje del mal” estremece todavía el Planeta. Aún así, lo que verdaderamente nos aterró del atentado, quizás no haya sido tanto la masacre humana, como su hechizo cinematográfico: el icono del Towering Inferno, el derrumbe emblemático de los skylines, y el de la imagen internacional de la sociedad de consumo. Ese sujeto doble, especular, ese yo civilizatorio que las Torres gemelas reflejaban al mundo, estalló en mil pedazos, junto con su mega-monopolio de las apariencias. El atentado no sólo fue transmitido al aire, sino que antes de acontecer, ya “estaba en el aire”, ya era información. En cuestión de minutos, la caída del WTC se transformó en evento multimedia: El mensaje de los terroristas devino medio. Lo que vimos en el televisor, sin embargo, no fue lo que estaba pasando en Manhattan. La información era aquí el propio atentado. El hecho de que miles de personas perdiesen la vida ese día, la tragedia humana del 11-9, fue desvirtuada, virtualizada por la pantalla del acontecimiento, a nivel mundial. Cuanto más catástrofes se transmiten al aire, más insignificantes se tornan los hechos, hasta anularse finalmente bajo el efecto publicitario de la información (leo del cuaderno). Esas imágenes del terror, ya no se refieren a nada. Pierden su referente, su poder de designar una realidad  y una historia en debate; se convierten en “marcas”, en un mero negocio con la muerte, en religión de la catástrofe. (Aquí hay una fecha, y al margen de la página está escrito en el interior de un globo:) Tal vez, la única forma de prevenir el terrorismo, sea renunciando definitivamente a la información....
Terror preventivo: Guerra civil contra la humanidad....
 þ Panic Village



En la tele, un periodista informa ahora sobre el tragicómico atentado, ocurrido hace unos días en el vuelo Paris-Miami, de American Airlines. El terrorista, un joven de 28 años de Sri Lanka, fue sorprendido por su compañera de viaje, cuando iba encender con un fósforo, una mecha que sobresalía de su zapato. Los heroicos pasajeros, junto con la tripulación, ataron al hombre del zapato explosivo con cinturones y dos médicos le inyectaron un tranquilizante. El joven, que viajaba con un pasaporte británico, fue detenido después de que el avión aterrizase en Boston. En el interior del zapato, la policía  encontró algo parecido a una mecha y la sustancia explosiva …
           Un guión  magistral para una comedia sobre catástrofes aéreas.
           Bloque publicitario de la agencia de viajes TUI.
þ ¿Dónde está el piloto ?


Tiro la caja de pizza a la basura.  Llamo a CD, ¿qué pensará hacer esta noche? La línea está ocupada. Pruebo entonces al celular.  Me entero de que está en el Cinemaxx de la Potsdamer Platz, con P, su nuevo amor americano. Están a punto de entrar a ver la última de Star Wars, “El ataque de los clones”. P, fanático de la saga, fue al estreno disfrazado de Senadora Amidala. Se pasó casi un día entero haciendo cola para conseguir entradas, me cuenta CD, que no tuvo más remedio que complacer los caprichos galácticos de la Senadora. “Imagínate, hasta tuvimos una pelea antes de salir, porque quería que viniese vestido de soldado clon…”. Le sugiero que de malvado Darth Maul, se vería mucho mejor. “Claro y tú de Yoda…”. Pregunto si tiene pensado hacer algo después de la película. “Quedé con OM en ir a Matrix, pero no he podido localizarlo en todo el día y, además, no he conseguido nada de…." “Oye, mira, te llamo después de “El Ataque”, que estamos a punto de entrar a la sala y la senadora ya me está mirando mal... Adiós.”
Me preparo un J&B con hielo. Al pasar por el cuarto de C, pienso en llamar a la puerta, pero sigo de largo. Regreso a mi estudio, a seguir escaneando el cuaderno.En la pantalla aparecen ahora imágenes del Nivel Cero. El periodista informa sobre la pronta finalización de los trabajos de recolección de escombros,  y sobre el polémico proyecto de construir en esa ruina de la posmodernidad, una plataforma de observación para finales de este año.


Pausa. Visiten el Archivo Oscuro: Dark Force Rising .  

   


[1] En alemán: Ich bin im Laden.
[2] La conjugación del verbo ser en presente de la primera persona es: “bin”, y el verbo cargar: “Laden”, que como sustantivo significa también: tienda o negocio.

sábado, 4 de diciembre de 2010

THE PHANTOM MENACE

"Es muy probable que tras aterrizar en la Tierra los visitantes de otro planeta lleguen a la conclusión de que la actual religión de la humanidad consiste en una suerte de culto a la catástrofe, que los integrantes de la especie celebran una o varias veces al día en sus hogares, ante altares domésticos, de forma rectangular y parpadeantes de imágenes"

Peter Sloterdijk


Hace aproximadamente un cuarto de hora que un helicóptero sobrevuela los tejados de Prenzlauerberg. Estoy empezando a inquietarme. Al principio, pensé que el ruido provenía del televisor de C, mi compañero de piso. Esa especie de budista postmoderno, debe estar enclaustrado en su dormitorio con provisión de cannabis para el fin de semana, en pleno retiro espiritual.
            La primera vez que puse un pie en su cuarto, recuerdo que temblé. Los muebles: una cama de hierro oxidado, en la que parecía que hubiese dormido el mismísimo Nosferatu (la encontrarás en la tienda Neue Sachlichkeit: “Nuevo Objetivismo”, por 500 euros –de una plaza y media–, también las hay corroídas, roídas, carcomidas, etc., según los gustos del consumidor); una lámpara de la RDA, con el pie en color bronce y sin pantalla (procede de la casa de muebles usados Nada nuevo en el Oeste y cuesta 50 €; las pantallas, se venden aparte, desde 15 €); un carrito de hospital, pintado de blanco, que sirve como mesita para el televisor, como bandeja, botellero, caja de herramientas, archivador, fichero, sitio para los zapatos, y otros multiabusos (lo tienen en Krankenbauhaus[1], sale 100 €, y mide: 76 x 45 x 68 cm); una estantería de acero cromado (92 x 30 x 157 cm; en Nullstil: “Cero estilo”, podés comprarla por 200 € ); y, por último, una silla de tranvía, de pino y con patas de hierro (en Bahn Bann Wahn[2] tiene un precio de 70 €).
  Realmente impresionado, me pregunté si estaba aún en mi propia casa. ¿Quién era mi compañero de piso? ¿Un maníaco depresivo?, ¿un fanático religioso?, ¿un suicida? La que había sido durante años mi confortable sala de lectura y biblioteca, convertida en la celda de un hospicio. ¿O un nuevo estilo de ruptura? ¿Una mezcla de diseño post-industrial, decoración RDA y estética de hospital? En Berlín, “ciudad del diseño”, todo esto es posible. De todos modos, más que un dormitorio, aquello me parecía la escenografía mortuoria de una obra de Sarah Kane: Psicosis 4:48.
C acababa de instalarse aquel mismo día en el departamento. Yo no había estado durante su mudanza, y lo crucé al llegar, en la escalera, cuando bajaba a comprar tabaco. Preocupado por el nivel cultural de nuestra Wohnungsgemeinschaft (comunidad), abrí la puerta de su cuarto con la intención de echarle un vistazo a su biblioteca. Y ahí me quedé, petrificado. Solté al fin el picaporte, y tuve que hacer a un lado mis prejuicios estéticos, para poder entrar en la habitación.
            Los libros estaban en el estante superior, junto a un relicario lleno de lubricantes y botellas de poppers vacías, forros, cock-rings, pearcings, encendedores, restos de marihuana y entradas de cine porno. El primer título que me llamó la atención fue Invisible Man de Ralph Ellison, atestado de recortes de diarios, plumas, flores marchitas a modo de señalador, y sin la contratapa. El segundo: la guía gay Spartacus 2001. Recuerdo también: Black Skin, White Masks (de Fanon), Neger, Neger, Schornsteinfeger (“Negro, negro, deshollinador”, de Massaquoi), Human Aggression (de Storr), The people of the abyss (de Jack London), Die schwarze Spinne (“La araña negra”, Gotthelf), y un manual ilustrado para aprender a tejer, Woolcraft, The basic Guide to Knitting & Crochet, from first steps to finishing touches; aquí algunas figuras de punto para el lector especializado:



Completando el florilegio: The Genius and the Goddess (de Huxley), The kiss of the spider woman (de Puig),  Meine Zeit ist die Nacht (“Mi tiempo es la noche”, de una tal Ljudmila Petruschewskaja), y el inefable cuarto de Giovanni (de Baldwin). Un recuerdo sentimental de su estadía en Roma, como lo dejaba entrever la dedicatoria en la primera página, firmada por un tocayo de Giovanni. En el estante central, estaba el equipo de audio Sony, y la colección de CDs de su ídolo y alter ego femenino: Shirley Bassey; debajo, entre un falo de ónice y un ramo de siemprevivas, había un portarretratos: la foto de casamiento de sus padres. 
þPanic Room



Nos vimos por última vez el viernes por la noche. C se tambaleaba por el pasillo, mientras yo salía de la cocina, descalzo y en slip, con mi décimo vaso de J&B en una mano temblorosa y, en la otra, un habano. Vestía jeans Banana Republic, botas tejanas de víbora, y un tapado de nutria en el que, a la altura del pecho, resaltaba un broche antibelicista:“Peace”.
Intercambiamos un par de frases sin sentido, hasta que dio un portazo y se encerró en su cuarto. Hoy, sábado, aún no bajó de su Nirvana, y no se digna siquiera a cambiar el canal, en su televisor blanco y negro, NATIONAL, regalo de su pareja, que acaba de abrir en Mitte una tienda de muebles de la RDA. Cada vez que paso por su habitación, escucho la musiquita de la BBC y estoy a punto de golpear la puerta, para comprobar si, entre tanto, no se habrá desmolecularizado o vuelto una mancha negra en la pared, como los protagonistas de Pulse. Allí, víctimas de una extraña enfermedad –una suerte de mal metafísico que se transmite vía Internet–,  esos personajes se suicidan, o se transforman en espectros melancólicos que, de un día para otro, se atomizan en el aire o se desvanecen en algún rincón oscuro, dejando como único testimonio de su existencia, una silueta vagamente humana pintada en la pared.
           El 11-S –ese otro mal metafísico– no parece haber afectado a C en lo más mínimo. Para él, el mundo no cambió en nada después del atentado. Las sobredosis diarias de BBC son, a este respecto, sin duda más perjudiciales para su psiquis, que los porros, el alcohol, el poppers y las orgías en Ficken 3000[3]. Si el helicóptero colisionara ahora contra la Fersehturm y se cortase la televisión, creo que C sufriría un verdadero “paro informático”. Las lesiones en su cerebro, habituado a la absorción ininterrumpida de datos, podrían resultar irreparables.
þInvisible Man


Abierta la ventana de la cocina, ni huellas del helicóptero. El Himmel über Berlin ya no es lo que era. Si, a finales de los 80, los ángeles aún se atrevían a visitar la ciudad, y hasta posaban melancólicos, en actitud meditabunda, sobre las alas de la Diosa de la Victoria, hoy el demonio del terrorismo y los jinetes apocalípticos de Washington, cabalgan en pos de “Justicia Infinita” el cielo de la globalización.
En Nueva York, los skylines ya no ofrecen vidas panorámicas a los nuevos ricos. La amenaza fantasma del Towering Inferno ha reemplazado, por ahora, las fantasías de elevamiento, el Ascensor al cadalso con idílica música funcional...
Cierro la ventana y pongo Elevation de U2. El ruido del helicóptero es tan ensordecedor, como si fuese a aterrizar sobre mi propio techo.
þ Elevation

                

Suena el teléfono. Es G. Quiere aplazar la cita que teníamos hoy a las 9 en el Schwarzen Raaben. Tiene miedo de viajar en metro desde hace unos meses, cuando en algunas filiales del Correo alemán y en la mueblería Höffner, en Wedding, se encontraron unas cartas que advertían, con un lenguaje figurado, sobre un contenido fácil de adivinar:                                                
    LETAL
La incógnita de los sobres se reveló como un inocuo “polvo blanco”. ¿Polvo para hornear?, ¿talco?, ¿aspirinas pulverizadas?, ¿harina?, ¿flan de vainilla?
–Ayer, en la Línea “1”,  encontraron otra… 
–¿Y qué había dentro, decíme?, ¿pasta dentífrica?
–(Silencio.)
–Que tal, si te tomás un taxi…Eso sí, antes de subir, por favor fijáte bien que el chofer no sea árabe…No vaya a ser que el tipo resulte un fundamentalista, y lleve en la guantera una bolsa del supermercado Aldi repleta de ántrax o una bomba casera debajo del asiento…
 (Sin comentario.)
–Falta poco para las Fiestas, y ya me gasté la mitad del sueldo en taxis…Además, hoy tuve un día infernal en el trabajo. Estoy destruida, en serio.
–G, si seguís así, vas a terminar presentando las noticias de la “DW-TV, desde el corazón de Europa”, con máscara de gas y chaleco antibalas…
           –(Silencio.)
           –No entiendo, de verdad, cómo te puede afectar ese asunto del correo infectado. Las amenazas son irrisorias: Öffnen Sie diesen Brief und Ihr Leben wird sich ändern:“Si abre esta carta, su vida cambiará.” ¡Por Dios! Si hasta dan ganas de reír, suena a chiste de secundaria…¿No te das cuenta? Todo es una tomadura de pelo, una broma de aficionados. Aparte, pensá un poco…¿A qué fundamentalista árabe se le va a ocurrir hacer un atentado bacteriológico en la mueblería de un barrio, habitado en su mayoría por turcos y musulmanes?
           –(Silencio.)
           –G, no sé si te acordás, pero sólo en la primera semana, después del 11-S, hubo en Berlín “cincuenta falsas alarmas de bomba”…Y respecto a esas cartas…, que yo sepa, hasta hoy no se detectó en los sobres ninguna sustancia tóxica…
 G se agota. Estalla. 
 –Mirá…la única sustancia tóxica acá…el único que envenena desde el principio la conversación…sos vos. Primero lo de pasta dentífrica, después la máscara de gas y el chaleco antibalas... Si hasta me acusaste de racista. ¿Y a qué viene semejante sarcasmo, se puede saber? Todo porque, según vos, soy una paranoica. Lindo modo que tenés de calmar los ánimos. Además, quién mierda te pidió tu opinión. Sí, estoy un poco perseguida, bueno, ¿y qué?  Será que aún me queda un poco de sentido común. Porque, a vos de eso…nada. Todo lo que es “común y da sentido”, parece que te intoxica, que te envenena los nervios. Salí de tu ático de marfil, y enteráte de lo que está pasando en la calle. Hablá con la gente “normal”, la mayoría está asustada, como yo. Y para tu información, no soy la única de la redacción que va en taxi al trabajo. Seremos unos histéricos, unos alarmistas, porque, según vos, todo es cuento. Una broma de  aficionados… El 11-S fue también una broma de aficionados, ¿no? Y el “gran chasco”, fijáte qué gracioso, fue planeado por un par de infelices, PRECISAMENTE DESDE ALEMANIA. Ja, ja, ja…Qué chistoso. Para reventar de la risa…Y lo que está pasando en EEUU con el ántrax… ¿Otra broma? Qué divertido. (Carcajadas.) ¿Te das cuenta? No, si eso es lo que pasa…No te das cuenta de nada, ni te enterás. Porque si estás tan bien informado, que hasta recordás el número exacto de las “falsas alarmas de bomba”, en la semana que siguió al atentado (¿habrán sido también chicos de secundaria…?), deberías saber que el número de fundamentalistas en Berlín, es uno de los más altos de Europa Vamos G, por favor, no es para que te pongas así. Sobre todo, si tenés una nena que va a primer grado…Te quisiera ver a vos. Quisiera oír qué dirías, si te llamasen del colegio para comunicarte que en el banco de tu hijita encontraron una de esas cartas…¿Te sonaría a chiste de primaria? Hoy, hallaron algunas más, en escuelas. Y, por si no te lo conté, el día que en la mueblería apareció la carta ésa con el acertijo, yo estaba allí con mi hija…
Le digo que basta, que se calme. Ni una palabra más. Si le cuento lo del helicóptero, puede que no salga de casa en todo el fin de semana. Aplazamos la cita para otro día.
þ La carta robada

                         

 Otra vez el helicóptero. Quizá G tenga razón al acusarme de “inconsciente”. Al fin y al cabo, el fenómeno del terror, como el inconsciente freudiano, no conoce negación ni prohibición alguna, leo del cuaderno. No es del orden de la representación, como quisiéramos. Ni siquiera está claro hasta qué punto nos la tenemos que ver aquí con un “acontecimiento”. ¿Qué sucedió realmente ese día que cambió al mundo?, o mejor dicho, ¿qué es lo que no sucedió? La bomba informativa que estalló en los medios, minutos después de que el primer avión se estrellase contra la torre, al igual que los bombardeos en Afganistán, no “apuntan” a esclarecer ningún hecho. Al contrario, el efecto buscado (el “blanco”) es la eliminación del acontecimiento: la realidad como deshecho, global.
Todo fue un pastiche publicitario. Un cómic, una telenovela terrorista que no informó a nadie en absoluto, y no tuvo nada que ver con lo ocurrido. ¿A tres meses del atentado, qué sabemos? Basta con escuchar la perorata afásica de Bush sobre el “eje del mal”, o sus infantiles declaraciones respecto a Bin Laden (“the guy who tried to kill my daddy”), para darle definitivamente la razón a Lacan: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”. En el caso del Bush, sería la estupidez la que está estructurada como un lenguaje. Los efectos colaterales de su discurso político, sin embargo, son análogos a los de psicoanálisis en su fase de expansión: la peste. “Le llevamos la peste”, le dijo Freud a Jung, mientras se dirigían a los Estados Unidos, para pronunciar allí una serie de conferencias sobre psicoanálisis, y la peste consistía precisamente en ese “golpe bajo” contra la cultura alfabética, que supone “no ser ya dueño del lenguaje…”, leo del cuaderno.
De todos modos, en nuestro Medien-Zeit, la formula mágica del Maestro queda patas arriba: cuando el medio es el mensaje, el lenguaje está estructurado como un inconsciente…Así, cuanto más discursos anti-terror se transmiten al aire, más primarias se vuelven las multitudes y, en primer lugar, los actores políticos…
           Esta irresponsabilidad, apocalíptica, presupone un “inconsciente informatizado” que tampoco conoce negación ni prohibición alguna. Su economía sadomasoquista, no tolera resistencias de ninguna clase, o solamente las tolera –como el psicoanálisis– a título de acreedor,   convirtiéndonos a todos en deudores de su corrupta empresa, en  “pacientes” de su pulsión de muerte teórica. El único remedio es infectarse, para cuando nos curemos de espanto, la Peste ya habrá eliminado en su “eje del mal”, las últimas resistencias planetarias en contra de la democracia obligatoria (Zwangdemokratie) de los Estados Unidos…
Obediencia debida (o retardada), Occidente vivirá su libertad de consumo en Estado de excepción. El espanto mantendrá a sus Estados unidos, será la única causa común con la Comunidad Europea: luchar contra la barbarie, en nombre de la humanidad y el progreso tecnológico, como sus antepasados colonialistas. En Ciudad Pánico, el terror cumplirá la ley de libre circulación de personas, y el delirio persecutorio será nuestro medio de locomoción oficial.
Tomemos por caso la Fernsehturm, el punto más alto de Berlín. ¿Después de la caída del WTC, no es un acto irracional vivir aquí? Si a algún fundamentalista se le antojase secuestrar un avión de Easy Jet y estrellarlo ahora mismo, me digo mientras contemplo el edificio desde la ventana, seguro que la aguja de la torre saldría disparada como un misil por los aires, para ir a incrustarse en mi tejado.
       Ruido de timbre.
 þ Estúpidos hombres blancos
                              


Es el vecino del primer piso. Toda una personalidad: renombrado ensayista,  teórico de la sociedad rosa, catedrático en la Freie Universität Berlin  y director del Museo Gay. Viene a decirme si podría hacerle el favor de alimentar a sus gatos siameses, y regarle las plantas durante la semana próxima. Tiene una conferencia, precisamente en San Francisco, sobre "El fin de la homosexualidad". No quiere dejarle las llaves a su ex pareja, (adicto al éxtasis y erotómano), porque la última vez que lo hizo, encontró el departamento como si Pasolini hubiese rodado allí Los 100 días de Sodoma. Un verdadero queer-study, querido. Da una pitada nerviosa a su cigarro. Eso era campo de batalla, para un  revolucionario estudio de género…s tarde, desplegaría su artillería teórica en un incendiario ensayo: Der Homopark, zur einer Kritik der sadomasochistischen Vernunft: “El homoparque, para una crítica de la razón sadomasoquista”. El texto, que sus detractores tildaron de fascista y homófobo, fue incluido en su otro libro sobre la cultura gay: La filosofía en el cuarto oscuro, publicado en español en la editorial Salir del Armario.
Había viajado a Munich, para pasar las fiestas en familia. Mi ex, como buen berlinés, aborrece todo lo bávaro, y se negó a acompañarme. Cuando regresé a casa, me lo encontré en estado catatónico, víctima de una sobredosis de éxtasis líquido. Casi vomité, al abrir la puerta. El departamento olía a poppers, alcohol, mierda y orina; el pasillo estaba alfombrado de basura y ropa sucia. Slips, medias, paquetes de cigarrillos, botellas y latas de cerveza vacías. En el living, lo encontré temblando,  desnudo, echando espuma por la boca. Lo habían atado con una correa de perro a mi biblioteca, y en la frente tenía dibujada una esvástica con caca. De rodillas, con el cuerpo lleno de moretones, los ojos en blanco y los brazos abiertos en cruz, como un beato penitente, sostenía en su mano derecha: Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy, Las lágrimas de Eros, Schweine sollen nackt sein (“Los cerdos deben estar en cueros), y en la otra: la Historia de la sexualidad, s allá del principio del placer y Männerphantasien (Fantasías masculinas) de Klaus Theweleit. Eros y Civilización estaba tirado en el suelo, abierto de par en par, junto a un vibrador en funcionamiento. El equipo de audio se había esfumado de la estantería. En el DVD, que de milagro había sobrevivido, corría a todo volumen un porno de Cazzo-film: Skins. El sofá de Stilwerk (Instituto para el buen gusto) lucía lamparones de semen y de alcohol, por donde se lo viera. La alfombra persa del living, herencia de mi difunta abuela bávara, resultó estar encantada. Había salido volando junto con el cachondo harén de forajidos hacia la feria de pulgas de Treptow. Allí apareció, al menos, semanas más tarde. La tenía un Aladino, tan atractivo como sospechoso de haber estado en la orgía. Quería que le pagara 500 euros. Imagináte, me puse como loco. Le grité que esa alfombra era de mi abuela, que me la habían robado, y amenacé con denunciarlo a la policía. Pero no hubo forma.  Lo único que conseguí fue que bajase el precio cincuenta euros. Regateamos, hasta que terminó dejándomela por 300. Mi pobre abuela se habrá revolcado en su tumba. Ahora, en lugar de su alfombra, se extendía un nauseabundo croché de colillas, lubricantes, corchos y cajas de preservativos. Una verdadera muestra de arte escatológico, que hubiera podido servir de decorado en una película de Peter Greenaway. La figura en el tapiz también había desaparecido, junto con los cuentos completos de Henry James. En mi estudio, por suerte, no había entrado nadie, porque siempre cierro la puerta con llave. El dormitorio y la habitación de huéspedes, en cambio, parecían el cuarto oscuro de New Action, después de un fin de semana de coitus interruptus…El baño se había convertido en una inmunda tetera. Alguien había abierto a martillazos un “glory hole” en la puerta, y los azulejos estaban embadurnados de graffities y dibujos obscenos. Una máscara erótica flotaba en el jacuzzi, lleno de “golden shower”. De la ducha colgaba un guante de látex, en condiciones indescriptibles. Las plantas del invernadero se habían marchitado y, para colmo de morbosidades, algún chistoso se había divertido colgando forros usados, a modo de decoración navideña, sobre las ramas de mi Weihnachtsbaum. Porque la orgía había sido durante la Noche Buena. Los vecinos, seguramente, se habían ido a festejar las Navidades en la casa de sus parientes, y el edificio había quedado desierto. Esa era la sencilla razón por la que nadie había llamado a la policía.
Aclaro que yo estaba en Buenos Aires, por las dudas…Sonríe, le da una nueva pitada a su cigarro y sigue.
Los pobrecitos siameses, como te imaginarás, estaban bajo shock. El gato Barthes, que siempre fue bastante famélico, parecía haber adquirido el Síndrome de Inmunodeficiencia. Apenas comía, lanzaba alaridos en cuanto alguien se le acercaba, cagaba en cualquier parte y se meaba en la cama, como un bebé. Un caso claro de “regresión felina”, fue el diagnóstico del psicólogo de animales. Pasaron meses, hasta que se recuperó. La catártica Kristeva, en cambio, superó de un rasguño los síntomas del estrés postraumático. Su terapia gatúbela, aunque breve, fue para mí un verdadero suplicio. En cuanto la perdía de vista, se afilaba las uñas en mi otomana de lectura, y en los días siguientes, destrozó a arañazos cuanto mantel, cortina, colcha y tapizado le saliera al paso.
 ¿Y tu ex?
Se salvó de milagro. Le hicieron un lavaje de estómago y a la semana, me lo encontré en el sótano de “Scheune”. Estaba acostado sobre el slim, abierto de piernas y con los ojos vendados. Lo reconocí en seguida, por una mancha que tiene en los huevos. Un tipo vestido de cuero, con una gorra de policía y un águila tatuada en el cuello, le había enterrado ya la mitad del antebrazo. Él se hacía la paja y, con la mano libre, sostenía en su nariz una botella de Jungle Juice...Esa misma noche, rompí con él.
þ  La filosofía en el cuarto oscuro





  
 El tipo no sólo es una personalidad, es todo un personaje. Si no fuese por su look “leader”, se lo podría confundir con Karl Lagerfeld. Pese a su edad, sigue vistiéndose como un adolescente: campera de jean Diesel, pantalones de cuero, polera plateada y lentes con cristales ahumados de Armani. Todo en él es extemporáneo, intempestivo, incongruente. El cigarro, lejos de acentuar  su masculinidad, le da un aire más afectado. El símbolo fálico, en esas manos, se revierte: “la envidia del pene”. No hay cigarro que soporte algo así. Una diva de los años 20 fumando en boquilla.
Después de la historia de su ex, vuelve al tema de las llaves.
Pensaba dejárselas al chico de la limpieza. Un venezolano de veintitrés años, estudiante de “Lateinamerikanistik“ que, para sobrevivir, limpia casas desnudo por 50 euros la hora (por el doble de la suma, también te limpia la pija, el culo y las pelotas, y por un adicional a tratar, incluso quita manchas, chupa medias y hasta lustra botas). Pero no te lo recomiendo, porque resultó ser un cleptómano de cuidado, y acabo de despedirlo. Robó perfumes, ropa interior de marca, y desvalijó parte importante de mi homoteca: La sociedad rosa de Guasch, el único ejemplar de mi tesis doctoral El hombre homodimensional y mis ensayos: El ano polar, SIDA y metonimia (venéreas apocalípticas e integradas), No olvidar a Foucault, Capitalismo y rectalidadHomocultura y simulacro, y El grado cero del homotexto. Hasta tuvo el descaro de llevarse un ejemplar, autografiado por Genet, del Diario de un ladrón.
Le pregunto si quiere pasar, el pasillo está helado. Pero mira el reloj y  contesta que se tiene que ir, que va a llegar  tarde al aeropuerto.
­¿Y no tenés miedo de volar, precisamente a Estados Unidos, con todo éste asunto de los ataques terroristas…?
Pone los ojos en blanco y asegura:
Siempre tomo somníferos cuando viajo en avión…Así que duermo como un tronco. Mi vecino de butaca podría ser un hombre-bomba o un travestí fundamentalista con tetas explosivas, y yo no me enteraría de nada. Apenas me siento, me trago mi pastilla y quedo frito.
Me entrega las llaves. Le prometo regar las plantas, no hacer orgías y ocuparme de Barthes y  Kristeva.  Sonríe. Nos despedimos con un apretón de manos: la suya está húmeda; las mías, heladas.




þ El hombre homodimensional



El helicóptero. Esta vez viene del cementerio, me parece. Corro a la ventana,  pero no veo nada ahí arriba. “Nada más que un cielo asfaltado de nubes grises y negras, y estrellas de brea humante”, leo de una avioneta de papel. Es como si ya hubiese vivido este momento. El ruido de las hélices evoca en mí un sentimiento extraño, oscuro. Me recuerda borrosamente algo, pero, no sé qué. Ninguna imagen. Sólo un malestar difuso, una vaga inquietud que, provenga o no de mi pasado, retorna con el aparato y desaparece con él. Quizá una pesadilla,  no sé.  De un cosa, sin embargo, estoy seguro: sea lo que sea, esta “presencia ruidosa” no predice nada bueno. Debería destruir el cuaderno, quemarlo. Ya es bastante raro que a la aparición fantasmagórica de estos escritos, y de las avionetas, se sucediera la de este pájaro mecánico del mal agüero que, desde ahora, planea sobre mi altillo. Me estoy poniendo supersticioso. Para distraerme, y ahuyentar malos pensamientos, grabaré el sonido con mi Sony.  El archivo de audio  se podrá escuchar  en mi diario.

Bis dann.



[1] Juego de palabras:  Bauhaus/ Krankenhaus (hospital) .
[2] Juego de palabras: Bahn (vía) / Bann: (tentación)/ Wahn (locura).
[3] Coger 3000, un bar gay.